¿Qué tiene que ver El Quijote con la mitología?
EL MUNDO DE LOS MITOS GRECORROMANOS EN DON QUIJOTE DE LA MANCHA.
1. Los dioses
En contraste con la consistencia de la leyenda heroica y de las referencias históricas, tal y como hemos las hemos apuntado, la utilización de la mitología clásica por parte de Cervantes tiene un alcance cuantitativo mucho menor, pero no por ello menos importante. Entre los dioses del panteón olímpico, siempre apelados con nombres latinos, sólo encontramos mencionados expresamente a Apolo, Diana, Marte y Neptuno. Y de este cuarteto divino, únicamente Apolo, aunque limitada, tiene una presencia especial.
Diana. Diana es nombre que da título a libros (de Montemayor, del Salmantino y de Gil Polo en 1 5. 11, 6. 51, 54, 55) o, según don Quijote, nombre a fingidos amores de poetas (111 25. 123). Diana-
Artemis-Hécate-Selene está sin duda en la invocación de don Quijote para requerir noticias sobre Dulcinea durante la vela de la venta que él creía castillo y antes de ser requerido burlonamente por Maritornes y la hija del ventero: «Dame tu nueuas della, o Luminaria de las tres caras: quiqa con embidia de la suya, la estas aora mirando, que o passeandose por alguna galeria de sus suntuosos palacios, o ya puesta de pechos sobre algun valcon, esta considerando como, salua su honestidad, y grandeza, ha de amansar la tormenta que por ella este mi cuytado coracon padece, que gloria ha de dar a mis penas, que sosiego a mi cuidado, y finalmente, que vida a mi muerte, y que premio a mis seruicios», IV 43. 40.
Marte. En la aventura de los batanes, es tal la situación que describe don Quijote, oscuridad, silencio, estruendo, ruidos, que sería suficiente para «infundir miedo, temor, y espanto en el pecho del mesmo Marte» (111 20. 9). «En el soberuio trono Diamantino, / Que con sangrientas plantas huella Marte, / (Frenetico) el Manchego, su estandarte / Tremola con esfuerqo peregrino.» es el comienzo del soneto dedicado a Rocinante por el caprichoso, discretísimo académico de Argamasilla (IV 52. 67. 1-4). Aunque sin denominación explícita, Marte es «el Dios de las batallas», que permite que don Quijote sea castigado por transgredir leyes de la caballería (111 15.
26), y «Dios de las batallas» destinatario de un casco fabricado por el «Dios de las herrerias» (111 21. 28): «esta que parece bazia de barbero, como tu dizes, pero sea lo que fuere, que para mi que la conozco, no haze al caso su trasmutacion, que yo la aderecare en el primer lugar, donde aya herrero, y de suerte que no le haga ventaja, ni aun le llegue, la que hizo y forjo el Dios de las herrerias, para el Dios de las batallas» (111 2 1. 28)
Neptuno. Ir a «visitar los profundos senos de Neptunos es la expresión con que don Quijote señala, en el discurso de las armas y las letras, el peligro a que el soldado se expone en los combates
marinos (IV 38. 30).
Apolo. Pero es Apolo quien, identificado con el sol, ha inmortalizado las palabras con que don Quijote sugiere que se narrará su primera salida en los venideros siglos: «Apenas auia el rubicundo Apolo, tendido por la faz de la ancha, y espaciosa tierra, las dora-
das hebras de sus hermosos cabellos, y apenas los pequeños y pintados paxarillos con sus harpadas lenguas, auian saludado con dulce, y meliflua armonia, la venida de la rosada Aurora, que dexando la blanda cama del zeloso marido, por las puertas, y balcones del Manchego horizonte, a los mortales se mostraua, quando el famoso cauallero don Quixote de la Mancha, dexando las ociosas plumas, subio sobre su famoso cauallo Rozinante, y comen@ a caminar por el antiguo, y conocido campo de Montiel (I 2. 6).
Apolo es sobre todo el dios de la poesía. Por eso el cura, en el escrutinio de la biblioteca, decide que se guarde la Diana de Gil Polo «como si fuera del mesmo A p o l o» (I 6. 56), y emite un juicio muy favorable sobre los diez libros de Fortuna de Amor, compuestos por el poeta sardo Antonio de Lofraso, apoyando sus palabras en el dios: «desde que Apolo fue Apolo, y las Musas Musas, y los
Poetas Poetas, tan gracioso, ni tan disparatado libro como esse no se ha compuesto» (I 6. 58).
Y de las conocidísimas aventuras amorosas del dios, la de Dafne es recordada cuando don Quijote le invoca: «Y tu Sol, que ya deues de estar apriessa ensillando tus cauallos, por madrugar, y salir a ver a mi señora, assi como la veas, suplicote que de mi parte la saludes: pero guardate que al verla, y saludarla, no le des paz en el rostro, que tendre mas zelos de ti, que tu los tuuiste de aquella ligera ingrata, que tanto te hizo sudar, y correr por los llanos de Tesalia, o por las riberas de Peneo, que no me acuerdo bien por donde corriste entonces, zeloso, y enamorado.» (IV 43. 41). Y también, en la profecía del disfrazado barbero al ser enjaulado don Quijote, se pronostica el fin de la aventura: «Y esto sera antes, que el seguidor de la fugitiua ninfa, faga dos vegadas, a la visita de las luzientes imagines, con su rapido, y natural curso.», es decir, antes de que el sol haya recorrido dos veces los signos del zodíaco (IV 46. 53).
Febo, el epíteto más conocido del dios Apolo, sirve para caracterizar al kauallero del Febo», ya dedique un soneto a don Quixote de la Mancha, (Pr. 83), ya sea considerado el más valiente por el barbero (I 1. 17), bien cuando se nos cuenta su maravillosa caída en una «trampa que se le hundio debaxo de los pies, en vn cierto castillo» (111 15. 47), o cuando don Quijote se nos presenta como «el que ha de poner en oluido los Platires, los Tablantes, Oliuantes, y Tirantes: los Febos, y Belianisew (111 20. 8).
Vulcano, Baco, Venus. El cuarteto de dioses explícitamente citados se amplía con la inclusión en la nómina de expresiones tales como «Dios de las herrerias» (111 21. 28), en alusión a Vulcano, Dios
de la risa», Baco (111 15. 60), y «diosa de la hermosura» (111 16. 56), Venus, que encontramos como comparación en la escena íntima, a su pesar, de Maritornes y don Quijote.
2. Semidiodes y héroes
En ocasiones, una breve y concentrada ráfaga mitológica, como la de Hércules y Anteo, sirve al narrador de apoyo a las preferencias lectoras de don Quijote: «Mejor estaua con Bernardo del Carpio, porque en Ronçesualles auia muerto a Roldan el encantado, valiendose de la industria de Hercules, quando ahogo a Anteo el hijo de la Tierra entre los braqos.» (I 1. 22).
Caco, modelo de historias de ladrones desde el prólogo (Pr. 44), sirve para describir la catadura ética del ventero, que es «no menos ladron, que Caco, ni menos maleante, que estudiantado paje» en opinión del narrador (I 2. 25). Y más ladrones que Caco, dice el cura, son los amigos y compañeros de Reinaldos: «Ya conozco a su merced, dixo el cura, ay anda el señor Reynaldos de Montaluan, con sus amigos, y compañeros, mas ladrones que Caco» (I 6. 30).
Los cien brazos y las cincuenta cabezas de Briareo llenan de sobra la aventura de los molinos cuando al mover sus aspas don Quijote les increpa: «Leuantose en esto vn poco de viento, y las grandes aspas comentaron a mouerse, lo qual visto por don Quixote, dixo: Pues aunque mouais mas bracos que los del Gigante Briareo, me lo aueis de pagar.» (I 8. 9).
Tras la aventura de los yangüeses, tras lo mal parado que ha salido Rocinante, para aceptar sin desdoro tener que cabalgar sobre el asno de Sancho, don Quijote recuerda a Sileno: «Y mas, que no tendre a deshonra la tal caualleria, porque me acuerdo auer leydo, que aquel buen viejo Sileno, ayo, y pedagogo del alegre Dios de la risa, quando entro en la ciudad de las cien puertas, yua muy a su plazer cauallero sobre vn muy hermoso asno.» (111 15. 60).
Cástor y Pólux forman parte, al lado de las doce tribus de Israel y de los siete Macabeos, del minicatálogo enunciado por don Quijote para demostrar a Sancho que no le da miedo tener que enfrentarse con la Santa Hermandad (111 23. 5).
El «hilo del laberinto de Perseo (sic)» inspira en don Quijote el consejo que da a Sancho para que vaya soltando ramas de trecho en trecho hasta salir de la espesura de Sierra Morena y así pueda encontrarlo a la vuelta sin perderse: «lo mas acertado sera, para que no me yerres, y te pierdas, que cortes algunas retamas, de las muchas que por aqui ay, y las vayas poniendo de trecho a trecho, hasta salir a lo raso, las quales te seruiran de mojones y señales, para que me halles quando bueluas, a imitacion del hilo del laberinto de Perseo.» (111 25. 169).
Para el cura, Pegaso, el caballo alado, es sinónimo de lo que significa caminar cómodamente, aunque vaya subido en las ancas de una mula: «a mi aunque indigno sacerdote, bastarame subir en las ancas de vna destas mulas destos señores que con V.m. caminan, sino lo han por enojo: y aun hare cuenta, que voy cauallero sobre el cauallo Pegaso, o sobre la cebra, o alfana en que caualgaua aquel famoso Moro Muzaraque, que aun hasta aora yaze encantado en la gran cuesta Culema, que dista poco de la gran Compluto.» (IV 29. 68).
Clotario, el amigo íntimo a que Anselmo quiere utilizar para probar si Camila, su mujer, es cabalmente honesta recita aquello de «Que si ay Danaes en el mundo, / Ay pluuias de oro tambien», clara alusión a la unión que con Dánae tuvo Zeus tranformado en lluvia de oro (IV 33. 71. 11-12).
Don Quijote, que se cree requerido de amores, con tal de no traicionar a Dulcinea, estaría dispuesto a dar a la hija del ventero cualquier cosa que le pida, por difícil que sea de proporcionar, menos el amor, aunque sean los cabellos de Medusa: «y si del amor que me teneys, hallays en mi otra cosa con que satisfazeros, que el mismo amor no sea, pedidmela, que yo os juro, por aquella ausente ene-
miga dulce mia, de daros la en continente, si bien me pidiessedes vna guedeja de los cabellos de Medusa, que eran todos culebras: o ya los mesmos rayos del Sol, encerrados en vna redoma.» (IV 43. 44).
Creta y su laberinto sirve a don Quijote para trazar un símil sobre la inseguridad a que el ve expuestas a las mujeres de su tiempo: «Y agora en estos nuestros detestables siglos, no esta segura ninguna, aunque la oculte, y cierre otro nueuo laberinto como el de Creta, porque alli por los resquicios, o por el ayre, con el zelo de la maldita solicitud, se les entra la amorosa pestilencia, y les haze dar con todo su recogimiento al traste» (11 11. 25). El hilo de Ariadna, un tópico de expresión muy manido, es convertido por don Duijote en «la soga de Teseo», brillante imagen, cuando habla a Sancho del «laberinto de imaginaciones» en que le han metido el barbero y el cura disfrazados (IV 48. 37).
El Monicongo, académico de Argamasilla, inició el epitafio de la tumba de don Quijote con estos versos: «El caluatrueno, que adorno a la Mancha, / De mas despojos que Iason decreta» (IV 52.63. l), que son una clara referencia al protagonista de la saga de los argonautas.
En las Galateas (1 6. 69, 111 25. 123) y Amarilis (111 25. 123), en Cloris (IV 34. 35, 43, 44, 45, 47, 48. 4, 14, 53) y Filis (111 23. 23. 5, 23. 27, 25. 123), en la «pastoral Arcadia» de la historia de Leandra (IV 5 1. 18), tenemos el regusto de ninfas y pastoras tan caro a toda la poesía bucólica helenística y renacentista.
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