martes, 7 de marzo de 2017

CONCURSO DE RELATO RÁPIDO DEL LOUSTAU- VALVERDE




Concurso de relato rápido

Condiciones:

-          ha de haber un dragón
-          ha de haber un monstruo
-          ha de haber un reino
-          alguien debe ir a la cárcel
-          ha de haber algo o alguien con aspecto de locura
-          ha de hacerse un regalo
-          cada participante tiene un final obligatorio y diferente marcado por la frase subrayada


Primer premio


Todo comenzó en el gran reino de Wonderland. El príncipe Alan se encontraba enfermo. Los reyes se gastaron todas sus riquezas en tratar a su amado hijo. El pueblo le tenía por un héroe. Era muy querido por todos.
Cierto día llegó un personaje extraño, un extranjero con la cara arrugada y llena de verrugas. Exigió ver al rey de inmediato. Decía tener la solución a todos sus problemas. Fue llevado con urgencia al palacio, donde fue recibido. Allí, nada más presentarse, sacó de su bolso de cuero viejo y desgastado una poción, la cual haría que Alan venciera su enfermedad.
Pero no podía ser así de fácil, ya que a cambio de este medicamento, el ermitaño presentó una condición: Alan debía vencer al dragón que vivía en las montañas y atormentaba al pueblo. Era un gran precio, ya que nadie había derrotado al gran dragón. El rey confiaba en la valentía de su hijo y accedió.
En los aposentos de Alan tuvo lugar la escena. En cuanto bebió la última gota se recuperó totalmente, Llevaba  meses sin poder levantarse y ahora iba a enfrentarse al animal mitológico.
Aquel viejo ermitaño de la cara arrugada fue recompensado pero el rey, además de eso, era un hombre sabio y obligó a  quedarse a aquel hombre.
Alan partió del reino mientras el pueblo lo admiraba, tanto que incluso el herrero le entregó un anillo con aspecto y brillo extraños. Estaba algo conmocionado por tal obsequio pero decidió llevarlo como muestra del honor y la ternura del pueblo hacia él.
Por el camino se fue encontrando algunos desafíos más grandes que otros, pero una gran anécdota fue lo que ocurrió en la posada en la que descansó apenas una noche. Sentado en la barra tomaba su jarra de cerveza de mantequilla, pero él sabía que le miraban. Desde la mesa más lejana y oscura de aquel bar, un hombre lo contemplaba. Alan hizo caso omiso, pero al salir por la puerta, este le siguió. Alan, al notarlo, fue escabulléndose hasta que lo perdió. Cuando aquel hombre se quiso dar cuenta, Alan le estaba apuntando con su espada por la espalda. Al darse la vuelta aquel hombre, Alan lo supo de inmediato: estaba loco. Llevaba una camisa roja, los zapatos del revés, un peinado extraño, mitad calvo, mitad grasiento. Pero su rasgo más característico era su chepa, tenía una enorme chepa. Tras ver que era un hombre sin maldad, no le hizo ningún mal. Este extraño loco solo había decidido seguirle. Tampoco le daba conversación, únicamente balbuceaba.
Entonces Allan llegó a su destino: las montañas,  frías y oscuras como se las imaginaba en sus peores pesadillas. Pero seguro que en sus pesadillas no pensaba tener un monstruo como aliado. Había que estar lo suficientemente loco como para ir allí. Y aquella criatura era más interesante y curiosa de lo que al principio parecía.
El dragón tenía grandes riquezas en el lugar en el que dormía, pero no se encontraba allí. Al monstruo le interesaban aquellas joyas brillantes y, en cuanto cogió una moneda, apareció el dragón. Era enorme y rojo. Alan, únicamente con su espada y aquel extraño compañero, se enfrentó a él. Sin pensarlo, el monstruo se abalanzó sobre él, le retuvo lo suficiente como para que Alan le hiriera en el hígado, bastante mal. El dragón le echó fuego de tal manera que fundió todo el oro. Pero produjo que aquel regalo, el anillo que el herrero le había entregado, se pusiera a brillar. Extrañado, el príncipe Alan apuntó con él al dragón y lo cegó. Alan miró el entorno y cogió una lanza dorada de por allí, con la cual le hirió en la garganta mortalmente. Pero sus alas sacudieron la montaña y empezó a derrumbarse. Todo quedó destrozado. Alan salió de los escombros buscando a su amigo, pero había muerto. Alan estaba triste, había recuperado su belleza natural y la chepa había desaparecido. Aquel hombre  había pasado a ser su mejor amigo sin apenas saberlo, ya que en el reino siempre estuvo apartado de los niños del pueblo.
Al llegar al reino, se encontraba mal por su amigo ahora fallecido, pero conforme pasaron las celebraciones en su nombre se fue poniendo mucho peor, mucho más que la primera vez, y finalmente murió. El rey acudió al ermitaño con los ojos inyectados en sangre. El ermitaño quería las riquezas del dragón y la poción, aunque durante unos días funcionaba, después resultó ser letal. Para entonces tenía pensado haberse ido y estar lejos del reino, pero el rey, afortunadamente, tuvo la idea de retenerle. El ermitaño fue a prisión de por vida y el príncipe Alan, al que todos amaban, murió con un último deseo, el cual su padre cumplió. Él y su amigo fueron enterrados en la misma tumba y el reino lloró por ellos.

Daniel Estrella Berrocal.







Segundo premio


Nuestra épica historia comienza con el enfrentamiento entre dos reinos. En uno de ellos vivía el benévolo rey Robert; en el otro reino, sumido en el caos y la desesperación, regía el tiránico lord Rickard. El tirano declaró la guerra a Robert para extender al reino vecino su régimen de terror y, tras años de contienda, Robert decidió que antes que dejar sufrir a su pueblo, le entregaría su bien más valioso: un dragón que defendía sus tierras desde hacía siglos y que había aconsejado a todos sus ancestros. Pensando que este presente aplacaría la ira de lord Rickard, se reunió con él en tierra de nadie para hacerle entrega del defensor del reino. La traición de Rikard no se  hizo esperar y de inmediato encarceló a Robert en una profunda prisión bajo tierra y, junto a él, al dragón, único ser que podía sobrepasar su poder.
Esta historia fue olvidada con el paso de las generaciones. Fue destruida toda la información relativa al dragón y a la guerra, hasta que, tras años de quemas, torturas y depuraciones en las que se eliminó toda gota de sangre que pudiera reclamar el trono, toda esperanza y toda libertad, se alzó una oscura y misteriosa figura que retó por primer vez el poder del rey que, tras milenios, había logrado despertar el temor a base de torturas como entretenimiento del reino, empalamientos como castigo a todo criminal (menor o de crímenes mayores). Corrían rumores de que no comía ni bebía, sino que solo se alimentaba de sangre de torturados. El dragón, malogrado y subordinado por un pacto de sus ancestros a la autoridad del rey, era obligado a quemar aldeas enteras una vez al mes para diversión del tirano.
Esta figura que se alzó contra el monarca, descendiente de Robert era conocedor del secreto de la sangre del dragón portadora de desgracias o maravillosos dones según se usara. A la edad de veintiuno, le fue entregada la herencia de su familia: una espada negra forjada en los primeros años de la humanidad, un sable fino, largo, forjado, según cuentan unos historiadores, en el infierno en la tierra; según otros, con el aliento del primer dragón que conoció el mundo. Este regalo debía ser usado, según dijo Robert hacía milenios, para acabar con la tiranía del mundo.
Orwell, que era el muchacho con un destino fijado, se adentró en el antiguo reino de Rikard, ahora formado por tierras yermas y pantanos, cenagales y desiertos. Se adentró en el Pozo de la Oscuridad, lugar que funcionaba como cárcel; mató al monstruoso ogro guardián de la puerta que guarda la cámara del dragón, un ser deforme, bubónico, cuyos dientes salían de la boca, de piernas y brazos de tamaño irregular. Se adentró en la cámara y, con una inclinación de cabeza, saludó al dragón. Este tenía asumido su destino desde hacía tiempo, deseaba morir. Alzó la negra espada y le cortó el cuello. El hechizo de sangre que unía la sangre del dragón a la del rey finalizó.
En su castillo, el rey gritó. La sangre quemaba su cuerpo. Sus últimas palabras fueron: “Matad a mis enemigos, destruid su mundo con fuego y hierro”. Orwell fue proclamado rey, como por derecho le correspondía, y mandó buscar el sable de sus ancestros, liberador del reino y azote de tiranos. Pero por mucho que buscaron, jamás pudieron encontrarlo de  nuevo.

Aitor Martínez Cedillo





Tercer premio


Érase una vez un reino muy, muy lejano, situado entre los ardientes infiernos de Próximo Egipto y las heladas islas de Groenlandia. Allá vivía un antiguo sabio con su dragón, el cual había sido su amigo desde hacía cuatro siglos. Este sabio, Antonio Miguel, había sido un mago desde su centenaria infancia, en la que fue educado por su abuelo y aprendió todos y cada uno de los hechizos existentes en su  reino. Antonio Miguel creció y, poco a poco, consiguió demostrar a todo su reino que él era el mago más poderoso de aquellas tierras, excepto a su  primo Mario Carlos, el anterior mago más poderoso.
Era conocida en todo el reino la rivalidad existente entre los primos, y fue más notoria aún tras la muerte de su abuelo. Por mera coincidencia, en el reino se celebraba el mayor concurso de magos jamás acontecido, cuyo ganador se convertiría en el mago soberano y conseguiría su propio dragón particular con el que sobrevolar el reino y enfrentarse a los ejércitos chinos. Como no podía ser de otra forma, todos los magos del reino se presentaron, pero el poder de ninguno se igualaba al de Antonio Miguel y Mario Carlos, por lo que tras duras y mágicas batallas, los claros ganadores eran siempre los  poderosos primos, que se enfrentarían en la final. Ambos eran conscientes de la fuerza del contrario, pero solo Antonio Miguel se resignó al duro entrenamiento, mientras que Mario Carlos, en vez de entrenarse, decidió tomar el camino  corto y preparó las pociones prohibidas de veneno con las que atacar a su primo para llevarse el premio.
La batalla comenzó y, como era de esperar, Antonio Miguel llevaba una clara desventaja y definitivamente perdió la batalla, pero no tuvieron grandes dificultades los jueces para notar que Mario Carlos había hecho trampas. Antonio Miguel reconvirtió en el soberano y recibió el preciado dragón dorado, con el que entabló una gran amistad.
Pasaron cuatro siglos y finalmente Mario Carlos fue liberado de prisión. Este personaje, con gran aspecto de locura, salió con ganas de venganza y preparó su ultraviolenta venganza contra su primo. Su idea fue entregarle un regalo hechizado que lo convirtiese en un monstruo asqueroso y repugnante. Pero sabía que si se lo entregaba directamente a su primo no lo aceptaría, por lo que decidió que lo mejor era entregárselo a su fiel dragón para que se lo diese. Y así  fue. Mario Carlos fue a la mazmorra de Antonio Miguel y convenció al dragón de entregarle la recompensa a su primo, de lo cual el dragón nunca pensó que esto sería el final de su amo. El regalo fue entregado y Antonio Miguel, al abrir el hechizado regalo, se vio atacado por un hechizo eterno que lo convertiría en un desagradable monstruo y perdería toda su capacidad de magia. El dragón luego comprendió que su dueño y amigo había sido atacado y que era todo su responsabilidad, era todo culpa de su desobediencia. El dragón se quedó solo porque su amigo convertido en un monstruo lo olvidó y se quedó solo para siempre. Cada día veía el resultado de su desobediencia y lloraba.



Jesús Mourato Buenavida.

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